Los crecientes precios de la energía se están convirtiendo cada vez más en un asunto cotidiano. No solo al repostar en el surtidor de la gasolinera, sino también al calentar las viviendas, las oficinas y las naves de las fábricas hay que soportar unos costes que aumentan de forma desproporcionada. Ahora los gobiernos se han dado cuenta de que si no se adoptan las medidas correspondientes no se puede lograr una mejora duradera. Desde que en Kioto se aceptaran las mejoras, hace tiempo que no pasa nada. Pero en muchos países, gracias a las nuevas leyes que prescriben un mayor aislamiento térmico, se está creando un mercado cada vez más grande. Pero actualmente está marcado por los aislamientos térmicos que se colocan en la obra una vez finalizados los muros. Tanto en el sector de las casas unifamiliares, como en el de la construcción de viviendas de varios pisos, comercios y naves industriales sigue siendo habitual aplicar el aislamiento térmico en el exterior del edificio acabado. Pero de este modo se reducen los beneficios de la prefabricación –el producto que llega a la obra se debe acabar allí– se origina una dependencia no deseada de las condiciones atmosféricas y el trabajo no lo suele realizar el mismo proveedor, sino otros trabajadores.
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