El hormigón autocompactante se introdujo en el mercado europeo a mediados de los años 90, gozando rápidamente de una enorme aceptación. Varias directivas y recomendaciones sobre este tema se publicaron a modo de guías prácticas. Las “Recommendations for Self Compacting Concrete” (1999) de la Japanese Society of Civil Engineers (JSCE) clasifican el hormigón autocompactante en tres categorías: tipo P (polvos o finos), tipo V (con variaciones en la viscosidad), tipo C (combinación). El hormigón con finos se mezcla de tal manera que las propiedades de autocompactación necesarias se obtienen reduciendo el valor de la relación agua/finos (material < 0,125 mm) para conseguir la resistencia apropiada contra la segregación. El fluidificante, al igual que los aditivos generadores de poros, proporcionan la elasticidad y la fluidez necesarias. El tipo V se mezcla de tal manera que las propiedades de autocompactación se obtienen con ayuda de un aditivo que modifica la viscosidad con el fin de obtener una correcta resistencia contra la segregación. Los fluidificantes y los aditivos generadores de poros proporcionan la elasticidad necesaria. Este tipo de hormigón autocompactante se utiliza normalmente en los trabajos de hormigonado bajo el agua. El hormigón autocompactante se ha implantado en la industria de los prefabricados de hormigón. En este sector se ponen de manifiesto sus ventajas y se aprovechan de forma óptima, concretamente en lo referente a sus propiedades para el hormigón visto y la durabilidad de los prefabricados. Según algunas estimaciones, el porcentaje de hormigón autocompactante en las estructuras construidas con prefabricados de hormigón supera el 50%. Pero en la industria del hormigón preparado el panorama es muy diferente. En este sector el porcentaje de hormigón autocompactante es inferior al 1%. ¿Cómo es posible una diferencia tan enorme?
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