La eficacia del hormigón queda determinada por su capacidad de ser procesado de manera adecuada y por garantizar de forma duradera los valores previstos de resistencia y deformación. Estos objetivos se corresponden con el espíritu actual, pero solo si la producción industrial del material de construcción se basa en un enfoque energética y ecológicamente equilibrado y holístico. El cemento lleva la «carga» esencial del material de construcción, por un lado, como fuerza impulsora de los procesos de formación de la estructura y solidificación y, por otro, como punto débil ecológico del sistema en sí mismo. No es de extrañar, por tanto, que la industria cementera, interconectada a nivel mundial, y sus asociados busquen soluciones complejas para reducir la huella de carbono [1-3]. En este contexto, también se propone la optimización específica de las mezclas de sistemas multifásicos de cemento, mortero y hormigón, como una palanca a corto plazo para lograr un equilibrio entre el rendimiento y la ecología. No son los cementos Portland (CPO) a base de clínker los que deben mejorarse, sino los aglutinantes con sustitutos de cemento (SCM) permitir implementar un mayor potencial de aplicación en el producto final. Independientemente de las perspectivas de materiales que surgirán en el futuro del principio de producción de la «molienda separada» [4-5], las posibilidades necesarias a nivel macro y micro ya han sido ampliamente explotadas. La solución al problema deberían generarla los nanoproductos, que se sintetizan y utilizan de muchas formas desde hace más de 20 años. Pero incluso esta tecnología no ha generado hasta el día de hoy nuevos impulsos para la producción de aglutinantes de alto rendimiento y energéticamente eficientes para el sector de la construcción. ¿Cuáles son las principales razones de esto y hacia dónde se dirige el desarrollo?